En un país donde la tierra sangra y el rostro del campesino jamás aparece en pantalla, nace una canción que no pide permiso ni busca aplausos. “Caemos sin que cuenten” no es solo una letra: es una acusación directa al poder mediático, militar y político. Es un canto desde abajo, desde los márgenes, donde viven los que siembran pero no figuran.
Cada verso denuncia la forma en que los medios construyen una realidad a medida de los poderosos.
“Los diarios eligen víctimas / Los dueños marcan quién”
es una verdad incómoda, pero cotidiana: la vida de un campesino, de un indígena, de un pobre no vale un titular. Cuando mueren, mueren sin cámara. Cuando protestan, son “bestias”. Cuando exigen, son “caos”.
Esta canción rescata la voz de los no cubiertos, de los que no tienen micrófono ni noticiero, pero tienen memoria, cuerpo y dignidad.
“Pero existimos, resistimos / hasta que tengamos ley”
es más que un estribillo: es una promesa. Una advertencia.
En tiempos de manipulación informativa, donde los uniformes relucen más que la piel herida del pueblo, “Caemos sin que cuenten” emerge como un documento sonoro de resistencia. No porque narre algo nuevo, sino porque dice lo que todos saben y muy pocos se atreven a cantar.
Esta no es una canción para radios.
Es una canción para romper la radio.